La vida ultrasecreta de las plantas
Por Rodolfo Kronfle Chambers
La producción de Juana Córdova del período 2007-2012 claramente refleja un estadio de experiencia donde confluyen, de manera más refinada, los diversos intereses que han animado su práctica desde sus inicios. En este tiempo se ha mantenido la permanente invocación de la naturaleza como una preocupación central en su trabajo, que en su portafolio ha tomado dos caminos: ya sea en la reproducción o empleo reiterativo de diversas formas del mundo orgánico, rearticulándolas para alcanzar elevados valores plásticos como en su trabajo con huesos, o de manera contrastante, señalando sus desequilibrios en la vida contemporánea, como en las varias obras de perfil crítico hacia los afanes de la belleza cosmética o hacia el abuso farmacológico. En su cuerpo de obras previas ya se presentaba aquella dicotomía natural-artificial que también subyace en el trabajo más reciente.
Se mantiene además aquel empleo de “manualidades” que ha sido explotado de manera brillante en la consecución formal de sus obras, y que llega ahora a un clímax de delicadeza. Este período de renovadas sutilezas tiene como punto de partida la obra Botica (2007), todo un “clásico” ya del arte contemporáneo ecuatoriano. Este frágil trabajo, en su espectral representación de un huerto de especies medicinales, traza conexiones históricas que invocan épocas pasadas e imaginarios activados por los sitios en los cuales se ha presentado. Originalmente emplazada en el Museo de la Ciudad en Quito (construcción que en épocas coloniales funcionaba como hospital, y en cuyos predios se mantenía un jardín de similares características), y luego en el Museo de la Conceptas de Cuenca (cuyo edificio fungió alguna vez como enfermería de las monjas), la instalación nos remite no solo a los antiguos herbolarios y su empleo como fuente farmacéutica, sino al devenir –interrumpido o amenazado– de la sabiduría heredada detrás de ellos.
Su delicada y laboriosa manufactura en papel araña puede entenderse –si enfocamos las manualidades como tradiciones transmitidas secuencialmente entre generaciones– como una alusión a aquellos saberes curativos perdidos, impostados y suplantados por otras prácticas de sanación que, si bien lucen acordes a las demandas de vértigo de la vida contemporánea, se perciben menos humanizadas. Al mismo tiempo, la obra, por asociación, aborda las “raíces” culturales, ese puñado de extensiones del pasado que fantasmagóricamente puebla las nociones de identidad local.
Este trabajo que tan poéticamente habla del ayer puede, asimismo, comentar elocuentemente el presente, si tan solo consideramos las patentes comerciales que la industria farmacéutica actual pretende imponer sobre especies como aquellas. La meticulosa reproducción de cada planta y sus detalles, y la ordenada taxonomía que ha logrado la artista en su clasificación fotográfica (la cual nos remite además a las expediciones botánicas españolas del siglo XVIII destinadas a inventariar los recursos vegetales de sus posesiones en ultramar) denotan un impulso archivista, en uno de los sentidos de archivo articulado por Derrida: “un deseo incontenible de volver al origen, una nostalgia por el hogar, una nostalgia por la vuelta al lugar más arcaico del comienzo absoluto”1.
Córdova apuesta por una meticulosa fidelidad en la reproducción de cada especie, si bien en Botica, las plantas fueron modeladas desde su contraparte natural, en el caso de la serie de sus antítesis conceptuales: Plantas venenosas (2011), su aproximación se podría decir que es más de corte científico. Tanto la cicuta, como la belladona, la adelfa, el ricino y el regaliz americano son representadas a partir de distintas láminas botánicas que las muestran en sus diferentes etapas de desarrollo detallando sus semillas, frutos y flores.
Erythroxylum coca (2010) / Vivero (2011)
Las posibilidades experimentales que este mundo abrió para la artista fueron trazando el camino a diversas exploraciones que rozan conflictivos aspectos sociales y legislativos, tal es el caso de su instalación Erythroxylum coca (2010). Cada pequeña hoja de las cinco plantas del conjunto, que aparentan estar sembradas en pequeños montículos de cocaína, están manufacturadas con billetes norteamericanos de distinta denominación. Lo propio sucede con sus minúsculas flores, hechas con diversas monedas troqueladas acordemente para lograr el símil. Se establece de esta forma aquella estrecha relación de réditos que alimenta el narcotráfico, pero el interés de la artista intenta desbordar las capas superficiales de esta problemática para más bien entablar paralelos entre el antiguo –y aún perviviente– uso ritual de la planta, su actual perversión como estupefaciente y su consecuente satanización mediática. Este trabajo nos remite, también, al valor de la hoja de coca y su empleo como moneda de intercambio en el mundo andino de antaño. El numeroso conjunto de pequeños brotes de coca titulado Vivero (2011) podría señalar la tecnificación detrás de la industrialización que ha desequilibrado este orden centenario.
En otras obras como Quinina (2008), Córdova reproduce en plata un modelo de esta especie también proveniente de América, comercializada por los europeos para combatir la mortífera malaria, lo cual, a la postre, ha arrasado sus hábitats nativos dada su sobreexplotación. Su rol histórico está impregnado tanto por la exaltación de sus beneficios como teñido por el lado oscuro de sus implicancias colonialistas: se especula que su empleo posibilitó una incursión más decidida de Europa en África.
Quinina (2008) / Lugar protegido (2008)
Con el mismo metal precioso elaboró la planta de sábila que figura en la instalación Lugar protegido (2008), la cual hurga en las propiedades sobrenaturales que se le asignan a especies como esta en la cosmovisión de grandes poblaciones americanas. En sentidos similares podríamos emparentar el simulacro de hongos hecho con espejos circulares convexos que conforman su trabajo titulado Blindspot fields forever (2011). El lisérgico y beatelesco título nos remite de inmediato a las connotaciones alucinógenas de estos organismos que propician una estrecha comunión con la naturaleza, nuevamente aludiendo aquí a la conflictiva zona donde la síntesis artificial de ciertas sustancias entra al terreno de lo ilícito y prohibido, creando un “punto ciego” que impide comprender mejor estas otras realidades que bien pueden definirse como espirituales.
Blindspot fields forever (2011)
En los años sesenta una serie de investigaciones sobre las capacidades sensitivas de las plantas, y experimentos para estudiar las relaciones emocionales y espirituales entre estas y el hombre, se publicaron finalmente en el libro The secret life of plants (1973), bestseller que inspiró un documental cuya banda sonora fue compuesta por el mismísimo Stevie Wonder, plasmado en un disco homónimo. Los controversiales experimentos generaron, como era de esperarse, el rechazo de la comunidad científica… y criterios encontrados en la industria musical. Pero, aunque aquellos fenómenos paranormales no sean constatables, y se mantengan en el ámbito de lo romántico que envuelve siempre todo lo que aparenta ser absurdo, podríamos afirmar, al menos, que las plantas viven también una vida ultrasecreta: la que habitan al interior de muchas narrativas sociohistóricas, eje medular del trabajo de Córdova, donde estas se enlazan líricamente con elegancia formal y lucidez conceptual.
Guayaquil, enero de 2012
Este ensayo se publicó originalmente en 2012 en un catálogo de corto tiraje.
1 Jacques Derrida, , edición digital, traducción de Paco Vidarte. Consultado http://www.jacquesderrida.com.ar/textos/mal+de+archivo.htm