Acantilado
Galería Saladentro – Cuenca
31 de Octubre – 30 de noviembre – 2019
Paseo 3 de Noviembre 4-78 y bajada de Todos los Santos
Textos: Rodolfo Kronfle Chambers
Un Walden propio (epílogo)
Ocho años atrás, Juana Córdova, en complicidad con su pareja, logró materializar la visión de un proyecto de vida que otorgaría mayor consecuencia al espíritu que permea su obra. Perchado en la punta de un acantilado que araña el viento, al pie del mar, el búnker de cien metros cuadrados donde se mudó para vivir está diseñado no sólo para ser morada sino observatorio. Igual que Thoreau y su cabaña en el bosque, a orillas del pueblo, sin desconectarse del mismo, la artista viene realizando un prolongado ejercicio artístico que tiene como sustrato medular las relaciones entre la vida contemporánea y el mundo natural.
Algunas de la obras reunidas para esta exposición parten simplemente de la observación distante, como su videoinstalación Simulador (2018) que consiste en un monitor instalado en el tumbado de la galería y una hamaca bajo este para ver el video. Aquí se reproduce el registro del vuelo circundante de un grupo de aves diversas del litoral sobre una jornada de pesca cerca del poblado de San Pedro, cada una jugando su rol en una comparsa concebida para ser disfrutada meciéndose con placidez. Como comenta la artista se trata de “todo un círculo interesante entre los pájaros cuando hay pesca, porque los pelícanos se zambullen en el agua para alimentarse de los peces que están en las redes, luego suben y las fragatas les atacan y les quitan la comida, y los buitres por otro lado se encargan de los restos que quedan en la playa”.
Si bien la artista enfatiza aquí el gesto poético de emplazar un “mueble” costero como la hamaca en la sierra, este también es un ejercicio que simultáneamente revela su propia aproximación hacia la creación, un manifiesto si se quiere sobre la calma requerida para observar la naturaleza, que se contrasta con la artificialidad con que esta se media hoy en día a través de experiencias digitales. Subyace además aquí una mirada sobre equilibrios, aquel entre trabajo y ocio que aún persiste en los pequeños pueblos de pescadores de la costa ecuatoriana, y también -en un tercer nivel- vale reparar en cómo la obra comunica con un sobretono emocional de abatimiento, sugerido por el cielo gris y ligeramente lluvioso.
Aquellas aves protagonizan otras piezas como Coldspot 1 (2019) y Coldspot 2 (2019), donde los esqueletos de un pelícano y un gaviotín aparecen suspendidos en acto de vuelo. Los títulos aluden a las dinámicas de biodiversidad y patrones de riqueza de especies en los procesos ecológicos, una referencia al grado de las amenazas que sostiene un ecosistema determinado que a su vez correlaciona con los círculos de color que actúan como fondo de contraste, una imagen alusiva a soles extintos o en peligro de serlo. Los huesos de estos animales fueron limpiados y clasificados por una especialista y luego ensamblados por un biólogo, pero su despliegue estetizado, recubiertos en pan de plata o aluminio, subvierte el de un museo de esqueletologia: estas aves provocan otro tipo de inspección que desborda la de la curiosidad científica, y que deriva en una meditación en torno a la interrelación de los ciclos de vida y muerte. Córdova desplaza así protocolos forenses y códigos de la historia natural hacia otros registros de interpretación, al operar siguiendo un instinto de investigación pero que conduce hacia una formulación poética.
Coldspot II y Coldspot I (2019)
Tres obras más completan la muestra, en la primera detectamos una presencia adicional de seres alados, esta vez como metonimia, que se da en Avistamiento (2018), un conjunto de móviles suspendidos del tumbado que no son sino colecciones de plumas de aves marinas preservadas en resina. Por otro lado en Still Life (2018-2019) se configura un extraño jardín de cientos de palos recogidos en la playa que se sujetan verticalmente sobre bases semiesféricas de plomo; el material para estas obtenido mediante la fundición de los pesos empleados en las redes de pesca.
Finalmente reparamos en La piel de la soledad (2019), una circunferencia hecha de escamas individuales de la piel que han mudado siete serpientes, y que sugiere visualmente una suerte de mandala al contemplarla con atención. En esta manualidad obsesiva Córdova inscribe un guiño a Nietzsche, invocando una de las frases de su Ecce Homo (1888) -“La soledad tiene siete pieles; nada pasa ya a través de ellas”- que puede proyectarse como un comentario sobre la clausura como estado privilegiado para la creación, pero además como un ejercicio de introspección alrededor de estados de ánimo melancólicos, una metáfora sobre las profundidades del precipicio interno donde encuentra un eco su propia subjetividad y experiencia.
Al cerrar la visita de la exposición ya se hace evidente que el círculo es el leitmotiv que atraviesa este itinerario, y del cual se desprenden connotaciones simbólicas múltiples: unidad, totalidad, perfección, eternidad, infinito y cosmos… el mundo natural, el ciclo de la vida, y la actividad celestial y su interrelación con cosas de la tierra.
La mirada de Córdova hacia la naturaleza presta atención a lo corriente, alejado de lo heroico o espectacular, en un intento por extraer el asombro de lo habitual y frecuente, y al hacerlo integrar lo más posible arte y vida. En suma, el corpus de su obra, aunque uno pueda perderse en la delicadeza de los objetos en tanto manualidades fruto de la más cultivada paciencia, se basa en la observación. En sintonía con las reflexiones y temas de Thoreau recogidas en Walden, la vida en los bosques, la artista parece querer acercarse a una comprensión de las reglas de la naturaleza y las lecciones secretas que encierra: si hay algo que englobe de forma comprensiva el recorrido por esta exposición es la forma sutil como se conectan las cosas, las causas y los efectos; es una puesta en valor de la introspección y del instinto.
Rodolfo Kronfle Chambers
26 de Octubre de 2019
Texto para hoja de sala.
31 de Octubre de 2019 – Saladentro